Los políticos corruptos son el reflejo de una sociedad corrupta

Resulta repugnante, a la par que deprimente, levantarse cada día escuchando en las noticias un nuevo escándalo de corrupción. Es bueno que salgan a la luz pública y que, por fin, la corrupción se persiga como corresponde en cualquier Estado democrático y de Derecho que se precie de serlo. Pero repugna bastante comprobar cómo se ha gestionado el erario público, cómo la supuesta defensa del interés general se convirtió en la defensa de su interés particular, el de unos delincuentes que nos han estado saqueando a todos.

Dicho lo anterior, lo que resulta aún más repelente es ver la hipocresía con la que ahora algunas personas se escandalizan. Los políticos no han venido del espacio exterior, viven entre nosotros, se han criado con nosotros, y, nacieron en nuestro país, junto a nosotros. Por tanto, los políticos son como nosotros. Y esta imagen es la que nadie quiere asumir, la de una sociedad corrupta.

Parece ser que, de repente, nos hemos vuelto muy puros y muy castos. Esos mismos que hoy lanzan soflamas contra los políticos, resulta que son los mismos que hace unos años, mientras se tomaban un carajillo a mediodía en el bar, iban vanagloriándose de cómo se dedicaban a defraudar a Hacienda, haciendo pasar por tontos al resto de parroquianos que no lo hacían. Son los mismos que habían conseguido "enchufar" a sus hijos en alguna de las múltiples empresas públicas, fundaciones, y demás chiringuitos de la Administración, y que cuando te enterabas, te respondían indignados: ¿Qué tú no lo habrías hecho igual?. En fin, podría continuar, pero creo que con estos ejemplos me he explicado perfectamente. Los políticos corruptos son el reflejo de una sociedad corrupta

Y me da la sensación, y ojalá me equivoque, que lo que realmente le fastidia a la sociedad española no es la corrupción generalizada que ahora está saliendo a la luz. Lo que de verdad le indigna es que ya no hay "mantecado" para todos. Si de verdad se les preguntase a los españoles si prefieren vivir humildemente pero en un país honrado, o vivir como hace 10 años, aunque la corrupción campara a sus anchas, creo que la respuesta sería obvia. Y sinceramente, con estos mimbres resulta improbable, por no decir imposible, construir una sociedad moral y éticamente sólida de la que las próximas generaciones pudieran sentirse orgullosas.